EDITORIAL: Tribuna Popular 220 –
Los dirigentes políticos no deben –y menos aún en momentos particulares de los procesos sociales–, regirse por emotividades circunstanciales, no pueden hablar o actuar de manera visceral.
Esto en modo alguno plantea que los dirigentes políticos deban o puedan carecer de sentimientos, o que no sean afectados por algún hecho que los lleve a fuertes emociones de distinto tipo, o que se puedan castrar de dicha capacidad.
La influencia de distintos fenómenos en el estado de ánimo, en las alegrías, tristezas o disgustos, es intrínseca a la condición propia del ser humano.
Pero quienes han asumido el camino de dedicar su vida a la lucha política, y en ese camino han acumulado determinados méritos que los ha llevado a la condición de ser reconocidos como dirigentes, no pueden darse lo que algunos, por decir lo menos, llamarían un lujo, es decir, que sus palabras y/o acciones –concretamente en la arena política– estén conducidas por una reacción emocional.
Mayor responsabilidad se tiene en esto si el dirigente es del campo revolucionario. Mucho mayor será la responsabilidad si se encuentra en un momento de efervescencia de la lucha de clases. Y si, en este escenario, el dirigente no es de base sino que es nacional, que lo que dice y hace tiene un impacto a gran escala, el grado de responsabilidad puede tener influencia decisiva en el desarrollo de los acontecimientos.
Esto lo sabe perfectamente la derecha pro-imperialista en Venezuela, que ha iniciado una ofensiva política generalizada en contra del proceso revolucionario en marcha, la cual está planificada y sigue pasos con base en un análisis de los escenarios, midiendo oportunamente cada coyuntura, con discursos y consignas para movilizar y motivar a la porción de pueblo que los apoya y que desmoralice y desmovilice al pueblo que apoya al gobierno nacional y lo que simboliza.
Se equivoca tremendamente quien piense que lo que dice o hace Capriles es producto de una reacción emocional. Y más todavía quien piense que él dirige a la “oposición”, como si además ésta fuera un todo homogéneo.
La dirección política del gobierno nacional –y, así mismo, del partido de gobierno–, tiene una de las mayores responsabilidades en la generación de condiciones propicias para poder darle continuidad –ojalá que en un marco de profundización revolucionaria– al proceso que tantos beneficios y tantas esperanzas ha sembrado en el pueblo.
Por ello, está obligada a ser lo más racional posible en sus planteamientos y actuaciones. Entendiendo, claro está, que lo racional no está exento de contenido político-ideológico, y que cualquier “salida política” debe pasar por hacer una realidad viva los discursos sobre crítica y autocrítica, sobre conformación de espacios de evaluación de gestión y construcción de políticas de Estado, sobre protagonismo del pueblo trabajador, y sobre no conciliar con la derecha.