
Su nombre es Oscar López Rivera, un puertorriqueño de 71 años que el 29 de mayo cumplió 33 de reclusión en cárceles federales norteamericanas, 12 de ellos en confinamiento solitario.
¿Qué crimen terrible pudo haber cometido este hombre para merecer que un tribunal estadounidense lo condenara a 70 años o que el magistrado que lo sentenció exclamara que sentía mucho no poder darle la pena de muerte? ¿De qué delito espantoso es culpable para haber provocado semejante exabrupto en el juez y una sentencia de tal severidad?
Es que López Rivera, quien irónicamente combatió en Vietnam, es culpable del único delito imperdonable para una potencia colonial: luchar por la independencia de su patria.
No fue acusado de ningún otro crimen, ni de hacer daño a ninguna persona, sino de “conspiración sediciosa” –el mismo cargo informe y gelatinoso del que acusaron a Mandela– que no quiere decir otra cosa que lo que López Rivera cree y a lo que aspira para su isla es totalmente contrario a lo que Estados Unidos le ha impuesto durante 116 años.
Para saber de qué metal está forjado este hombre que todos los día añora el mar, para entender cómo es posible que en 1999 rechazara la clemencia que le ofreció el presidente Clinton, por la que habría salido en libertad en 2009, porque hubiera significado dejar atrás a dos compañeros, es útil escuchar sus propias palabras. Estos son algunos fragmentos de una carta que escribiera el año pasado:
“Al cumplir mis 70 años celebro y le doy gracias a la vida por todo lo que me ha dado y por todo lo que me ha enseñado. (…) La celebro y le doy gracias por ofrecerme la oportunidad de servir la causa más justa y noble que conozco -la lucha por la independencia y soberanía de mi Patria y por un mundo mejor y más justo. La celebro y le doy gracias por haberme permitido servir esa causa con mucho amor y compasión por más de cuatro décadas. La celebro y le doy gracias por haberme permitido sobrevivir más de tres décadas en los gulags sin desviarme del sendero escogido y con mi espíritu y voluntad más fortalecidos que antes de estar preso.”
“Al cumplir mis 70 años celebro y le doy gracias a la vida por todo lo que me ha dado y por todo lo que me ha enseñado. (…) La celebro y le doy gracias por ofrecerme la oportunidad de servir la causa más justa y noble que conozco -la lucha por la independencia y soberanía de mi Patria y por un mundo mejor y más justo. La celebro y le doy gracias por haberme permitido servir esa causa con mucho amor y compasión por más de cuatro décadas. La celebro y le doy gracias por haberme permitido sobrevivir más de tres décadas en los gulags sin desviarme del sendero escogido y con mi espíritu y voluntad más fortalecidos que antes de estar preso.”
Habría que preguntarse cómo se justifica que López Rivera haya pasado la mitad de su vida tras los barrotes de una cárcel, mientras que otros como Luis Posada Carriles, un terrorista convicto en dos países, se pavonean orondos por las calles de Miami.
Al descubierto queda la hipocresía de Washington cuando alguien de la integridad moral de López Rivera ha estado preso 33 años y Posada Carriles, señalado por la inteligencia de EE.UU. como autor intelectual de la voladura del avión de Cubana en 1976 en que perecieron 73 personas, y de las bombas en hoteles en Cuba que resultaron en la muerte de Fabio diCelmo, un turista italiano, vive con toda tranquilidad en la Florida.
“El italiano estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado, pero yo duermo como un niño”, le dijo al New York Times en 1998 un Posada Carriles más allá del remordimiento y del temor a la justicia.
Si alguien de esa miseria moral anda disfrutando del sol de Miami, nada puede justificar mantener a López Rivera en las sombras del presidio ausente del calor de su isla, su pueblo, su familia, su vida. Nada.
Si alguien de esa miseria moral anda disfrutando del sol de Miami, nada puede justificar mantener a López Rivera en las sombras del presidio ausente del calor de su isla, su pueblo, su familia, su vida. Nada.
Puertorriqueños de todas las ideologías, líderes mundiales que incluyen a cinco premios Nobel, y hasta el Desfile Anual Puertorriqueño que tendrá lugar el domingo 8 de junio por la 5ª Avenida de Nueva York, le han pedido al presidente Obama que le otorgue clemencia a López Rivera para que, al fin, este hombre íntegro que todos los días añora el mar pueda abrazar a la nieta que solo conoce por sus visitas a la cárcel.
Los lectores se pueden sumar a este urgente reclamo yendo a http://petitions.moveon.org/sign/free-oscar-lopez-rivera y firmando la petición.
albor.ruiz@aol.com
Fuente: Progreso Semanal
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