Especial para TP.- El hombre que llegó a significar y representar la esperanza del pueblo chileno, Salvador Allende, nació el 26 de junio de 1908.
Durante casi tres años (1970-1973), con el mayor entusiasmo y participación popular, su gobierno aplicó un programa de profundas transformaciones, que incluyó la erradicación del latifundio y la nacionalización de la gran industria minera del cobre, su mayor riqueza natural, hasta entonces saqueada por las multinacionales norteamericanas. El gobierno de la Unidad Popular (UP), tenía sus aspiraciones apuntadas a la economía socialista, con la participación de los trabajadores en su gestión. Pero la ira de la oligarquía chilena, en complicidad con el imperialismo yanqui, desató la escalada sediciosa del fascismo.
Gabriel García Márquez recuerda a Allende: “…tenaz, decidido e imprevisible. Lo que piensa Allende sólo lo sabe Allende, me había dicho uno de sus ministros. Amaba la vida, amaba las flores y los perros, y era de una galantería un poco a la antigua, con esquela perfumadas y encuentros furtivos.
Su virtud mayor fue la consecuencia, pero el destino le deparó la rara y trágica grandeza de morir defendiendo a bala el mamarracho anacrónico del derecho burgués, defendiendo una Corte Suprema de Justicia que lo había repudiado y había de legitimar a sus asesinos, defendiendo un Congreso miserable que lo había declarado ilegítimo pero que había de sucumbir complacido ante la voluntad de los usurpadores, defendiendo la voluntad de los partidos de la oposición que habían vendido su alma al fascismo, defendiendo toda la parafernalia apolillada de un sistema de mierda que él se había propuesto aniquilar sin disparar un tiro.
El drama ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo, que se quedó en nuestras vidas para siempre.”
El inolvidable camarada Luis Corvalán así lo evoca: “…Por el conocimiento que de él tuvimos podemos decir que los actos de su vida estaban inspirados por un amor muy grande por su pueblo, nuestro pueblo. Su deseo de que los humildes, los desamparados, los humillados pudieran llevar una vida digna, guió su actividad política”.
Palabras finales de Salvador Allende antes de su muerte: “Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.
Allende es y seguirá siendo un ejemplo de constancia y coherencia en sus convicciones, ofrendando toda su vida a la liberación del pueblo y de la humanidad toda.
Hasta la victoria siempre.
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